ALFREDO TORERO

 Alfredo Torero y José María Arguedas

SOBRE HÉROES Y TUMBAS

Nelson Manrique
(Sociólogo e Historiador)

El día 19 de junio, a las 5 am., hora de Lima, falleció en la ciudad de Valencia Alfredo Torero Fernández de Córdoba. Vivía hace años en Holanda en condición de refugiado. En el Perú estaba requisitoriado, y aunque su enfermedad era terminal, retornar le hubiese significado ir a prisión. Murió lejos de la patria y muchos ignoran quien acaba de dejarnos.

Alfredo Torero es uno de los intelectuales peruanos de mayor valía del siglo XX y su contribución a la comprensión de la historia social andina es fundamental. Estudió derecho en San Marcos y lingüística en la Sorbona, en París. Decidió abordar la historia social andina utilizando la lengua como fuente histórica para entender procesos histórico-sociales fundamentales.

Reconstruir la historia social andina plantea un reto metodológico. Las sociedades andinas no desarrollaron una escritura que permitiera contar con documentos que narren su historia. De acuerdo con la concepción tradicional, según la cual la historia comienza con la escritura, las sociedades andinas precolombinas serían “prehistóricas”. Y, sin embargo, al momento de la conquista eran ampliamente superiores a Europa en varias ramas fundamentales, como la agricultura, la medicina, la organización política estatal, etc. Están en juego 3000 años de historia de las altas civilizaciones andinas. El aporte de Alfredo Torero para reconstruir esta historia es fundamental.

¿Cómo hacer una historia sin textos? Todo producto humano puede ser leído como un texto histórico. De esa manera se utilizan los ceramios, los textiles, las esculturas, las edificaciones, los restos funerarios, etc., como evidencias históricas que contienen una información valiosa.

La lengua, en tanto producto cultural, puede ser también usada como una fuente histórica; el problema es cómo utilizarla. La forma como Alfredo Torero lo hizo constituye el meollo de su aporte más perdurable. Utilizando la glotocronología léxico-estadística, un método que permite determinar si dos lenguas contemporáneas están emparentadas o no y, de estarlo, hace cuánto tiempo que se separaron del tronco lingüístico común, pudo reconstruir la historia de dos de los tres idiomas generales del Perú: el quechua y el puquina, determinando sus fases de dispersión, su proceso de dialectización y la emergencia de lenguas distintas, ininteligibles entre sí. Las implicaciones de este trabajo son trascendentales. La expansión o contracción del área de dispersión lingüística de una lengua tiene una evidente correlación con la expansión o la contracción de la influencia de la sociedad que la habla, sea esta económica, social, política, cultural o religiosa.

El trabajo de Alfredo Torero permite pues tener una visión dinámica de la forma cómo las distintas sociedades andinas ocuparon el espacio de los Andes e impusieron su dominación sobre la naturaleza y sobre otros pueblos, sea por conquista militar, económica o religiosa. Correlacionando sus resultados con los de las investigaciones de Martha Hardmann sobre el aymara surge un conjunto de hipótesis revolucionarias que obligan a repensar todo lo que sabemos sobre la historia social precolombina, incluida la supuesta filiación quechua de los incas del Cusco. Torero comparó sus resultados con los testimonios de los cronistas de la conquista y echó luz sobre cuestiones desconcertantes, como el hecho de que cincuenta años después de la conquista la ciudad del Cusco fuera una isla de quechua en medio de un mar de pueblos aymara parlantes (tiempo después pude comprobar que también en Arequipa, y en particular en el Valle del Colca, el aymara seguía teniendo una muy fuerte presencia aún en el siglo XVII). Su trabajo ha sido singularmente fecundo, aunque por desgracia muchos de los que lo han utilizado no han reconocido su deuda intelectual con él.

“Alfredo Torero fue para mi generación un maestro de ciencia y de vida. Su honestidad, integridad y valor fueron la demostración práctica de que siempre se puede ser coherente con aquello en que uno cree, a pesar de lo difíciles que puedan llegar a ser las circunstancias. De una manera u otra siempre estuvo más bien solitario. No lo buscaba, pero tampoco le temía a la soledad. Afrontó los últimos años con la misma integridad con que vivió toda su vida.”

José María

“¿Ha leído usted mi última novela?”. José María Arguedas se había detenido, volvió sobre sus pasos, y tímidamente me planteó esa pregunta. “No doctor, aún no”. “Entonces, me gustaría obsequiársela”. Nos dirigimos a su viejo Volswagen y sacó un ejemplar de Todas las sangres. “¿Cómo apellida?”, me preguntó. A continuación escribió muy serio: “Para el señor Nelson Manrique, con el aprecio de José María Arguedas”. Me entregó el libro, se despidió con esa su sonrisa única y se marchó a su oficina.

Yo estaba boquiabierto. Estaba en el Centro Federado de Ciencias Sociales en la Universidad Agraria cuando él asomó. No recuerdo a quien estaba buscando, pero yo estaba solo en el local. Tampoco recuerdo cómo se inició la conversación, aunque después supe que era muy fácil hablar con él. Empezó a conversar con tal simpatía que se me quitó la timidez y charlamos animadamente de muchas cosas de las cuales no guardo memoria. Le interesó saber si era provinciano y se animó aún más cuando le conté que era huancaíno. Por entonces yo ignoraba que él había vivido en Huancayo cuando estudió la secundaria. En algún momento le dije que estaba sorprendido de su incapacidad de sentir odio. Esto le intrigó y me pregunto por qué. “Imagino que El Sexto es autobiográfico, doctor Arguedas”, le dije. “Sí, completamente –contestó-, ¿por qué?”. “Porque no se cómo después de haber vivido todo eso usted puede estar tan limpio de rencor”. “¡Qué alivio!”, me contestó con una gran sonrisa. “Pensé que se refería a otra cosa. Durante un tiempo fui director de la Casa de la Cultura y eso me trajo unos dolores de cabeza que usted no se imagina”. Sólo tiempo después supe de su primer intento de suicidio, en la Casa de la Cultura.

Era junio de 1968 y José María Arguedas era ya una figura intelectual de primer orden. En la facultad lo veíamos a diario, yendo a clases, a su oficina, o buscando a sus dos grandes amigos, Manuel Moreno Jimeno y Alfredo Torero. Lo admiraba, como todos, pero esa era la primera vez que conversaba con él. Después de un rato terminamos la plática, nos despedimos y empezaba a irme cuando me llamó y me obsequió su novela autografiada. ¡Y era la primera vez (felizmente no la última) que conversamos!


Alfredo

Estaba en Piura cuando recibimos la noticia de que José María Arguedas se había pegado un tiro. Algunos estudiantes de la Agraria habíamos decidido dejar la universidad para irnos a trabajar con los campesinos, cuando la reforma agraria empezaba. La noticia nos dejó aturdidos. Estaba con Rosita Guerra cuando nos enteramos. Su primera reacción fue: “¡Cómo va a afectar esto a Alfredo Torero!”. Yo sabía que los dos eran muy buenos amigos pero ignoraba hasta qué punto Alfredo se sentía aislado, por razones ideológicas, en la universidad, y en qué medida ambos habían sido durante esos años un respaldo uno para el otro. Sólo años después, cuando nos hicimos amigos, supe cuán entrañable había sido la relación entre los dos. “El muy bandido se las arregló para hacerme recorrer el lugar donde iba intentar suicidarse, horas antes de hacerlo. ¡Dos veces!”, me contó Alfredo risueñamente un día. Después supe que Arguedas le había confiado los sobres con sus cartas póstumas, en la oficina donde un momento después se dispararía el balazo definitivo.

Siempre me sorprendió que nunca se tutearan, y que conservaran el formal trato de “usted”, pero creo que eso correspondía a la formación de José María Arguedas. Con Alfredo llegamos a tutearnos, a pesar de que nos separaba la edad; es evidente que se sentía cómodo con el trato en confianza, pero él entendía que para Arguedas era fundamental la cortesía serrana que había aprendido en su infancia.

Alfredo Torero es, con el mayor derecho, una de las personas a las que puedo llamar mi maestro. Curiosamente fue mi profesor apenas dos semanas, hasta que un receso universitario canceló definitivamente el curso de Introducción a la Lingüística que había empezado a enseñarnos. Pero, cuando decidí virar desde la sociología hacia la historia, él fue quien me guió en las lecturas imprescindibles. Fue el interlocutor con el que pude articular una visión del país que me sirvió para comenzar. Tuve la suerte de tener excelentes profesores, pero con el tiempo uno descubre que lo esencial se aprende de los maestros; aquellas personas que ejercen una influencia definitiva en nosotros.


“La lengua, en tanto producto cultural, puede ser también usada como una fuente histórica; el problema es cómo utilizarla. La forma cómo Alfredo Torero lo hizo constituye el meollo de su aporte más perdurable. Utilizando la glotocronología léxico-estadística, un método que permite determinar si dos lenguas contemporáneas están emparentadas o no y, de estarlo, hace cuánto tiempo que se separaron del tronco lingüístico común, pudo reconstruir la historia de dos de los tres idiomas generales del Perú: el quechua y el puquina, determinando sus fases de dispersión, sus procesos de dialectización y la emergencia de lenguas distintas, ininteligibles entre sí.”

Sobre Héroes y Tumbas

Alfredo Torero fue para mi generación un maestro de ciencia y de vida. Su honestidad, integridad y valor fueron la demostración práctica de que siempre se puede ser coherente con aquello en que uno cree, a pesar de lo difíciles que puedan llegar a ser las circunstancias. De una manera u otra siempre estuvo más bien solitario. No lo buscaba, pero tampoco le temía a la soledad. Afrontó los últimos años con la misma integridad con que vivió toda su vida.

Conversé por teléfono con él pocas semanas antes de su muerte. Sabía que su cáncer era terminal. Estaba solo en Holanda, desconocía el idioma y no sabía qué iba a ser de él, pero mantenía la entereza de siempre. Por fortuna, sus hermanas pudieron llevarlo a Valencia y murió acompañado de sus seres queridos, entre gente que hablaba su idioma. Con él murió su ilusión de poder retornar al Perú. Una deuda más que reclamarle al Perú oficial.

La vida tiene ironías y para mí una de ellas es que la muerte sea motivo para volver a asociar a José María y Alfredo. José María Arguedas empieza a tener el reconocimiento que merece, pero su cadáver no tiene descanso. En su “¿Último diario?” (el mismo que le confió a Alfredo y en que dejó testimonio de su cariño por él) dejó instrucciones muy detalladas sobre lo que quería que se hiciera con su cuerpo. Entre ellas no figura que se trasladaran sus restos.

Alfredo Torero murió solo, lejos del país que amaba y al que le dedicó todo su trabajo, desconocido para la mayoría de los peruanos, que ni siquiera tienen idea de la magnitud de la pérdida que significó su muerte para todos, y que ignoran la envergadura de su legado intelectual. Ojalá algún día se le brinde el homenaje de estudiarlo, de aprender de su inimitable magisterio. Que no sea su destino que sus restos mortales se conviertan en un botín en disputa. Porque si no se trabaja por difundir y desarrollar sus ideas, los héroes culturales terminan siendo fetiches, útiles para las ceremonias oficiales, despojados de lo que los pone por encima de su terrena mortalidad: su rol de guías permanentes de sus colectividades.


ALFREDO TORERO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA:

estudioso de las lenguas nativas del Perú

Filomeno Zubieta Núñez

La Universidad Nacional José Faustino Sánchez Carrión de la ciudad de Huacho, está organizando el XVII CONGRESO PERUANO DEL HOMBRE Y LA CULTURA ANDINA Y AMAZÓNICA “Alfredo Torero Fernández de Córdova”, para la semana del 22 al 27 de agosto 2011, responsabilidad que la asumió en octubre de 2009 por encargo del XVI Congreso realizado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Como este Congreso lleva el nombre de Alfredo Torero Fernández de Córdova es menester decir algo sobre él.

Alfredo Augusto nació en Huacho el 10 de setiembre de 1930. Estudió la educación primaria y el primer año de secundaria en el Colegio San José de los Hermanos Maristas entre los años 1937 y 1944 y, haciendo uso de la beca otorgada por la Municipalidad Provincial de Chancay (hoy Huaura), de segundo a quinto de secundaria en el prestigioso Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima, de 1945 a 1948.


En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos estudió derecho entre 1950 y 1956, continúa en la misma universidad sus estudios de antropología. Obtuvo la Licenciatura en Letras en la Universidad Sorbona de París luego de sus estudios entre 1960 y 1963, en esta misma universidad realiza estudios de doctorado (1963-1965) graduándose de Doctor en Lingüística en 1965 con la tesis Le puquina, la troisieme langue générale du Pérou (El puquina, tercera lengua general del Perú) bajo la dirección de André Martinet.

Ejerció la cátedra de su especialidad en varias universidades del país y del extranjero: Universidad Nacional Agraria La Molina (1965-1972); Universidad Particular Ricardo Palma como investigador (1972-1974); Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1965-1992); Universidad de París V (René Descartes, 1974-1975); el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia, como investigador invitado (de abril 1974 a abril 1975); Universidad de Leiden, Holanda, como investigador invitado (enero de 1983 a marzo de 1984); Universidad de Bonn como investigador invitado (de abril a julio de 1991); Netherlands Institute for Advance Study (NIAS), Wassenaar, Holanda, como investigador invitado (de setiembre 1991 a diciembre de 1994); la Universidad de Valencia, como docente invitado (de octubre de 1992 a diciembre de 1994); el Instituto Cervantes, España, como investigador en castellano andino (entre enero y junio de 1995); la Universidad de Salamanca, España, como profesor visitante (entre octubre de 1995 a enero de 1996); en la Universidad de Valladolid, España, como profesor visitante (entre febrero y mayo de 1996); …; en la Universidad de Concepción, Chile en 2002.

De los muchos cargos académicos en el ejercicio de la vida universitaria, destaca el Vice-Rector Administrativo de la UNMSM entre 1985 y 1990.

Participó en infinidad de eventos internacionales exponiendo los resultados de sus investigaciones en el campo de la lingüística andina, como los Congresos Internacionales de Americanistas de los años 1966, 1970, 1972, 1974, 1976, 1988, 2000, 2003; el Congreso del Programa Interamericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas, México, 1969; etc. Fundador en 1972 del Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina junto a Luis Guillermo Lumbreras y otros científicos sociales que hoy llega a su versión XVII.

Su mayor contribución a la cultura nacional está en el campo de la investigación: el estudio y la defensa de las expresiones culturales de los pueblos andinos, aportando al conocimiento de su historia con estudios en bibliotecas, archivos y trabajos de campo. Tema recurrente de su preocupaciones de investigador fueron los idiomas de los andes: el quechua, el aymara, el puquina, el aru, entre otros, delimitando las áreas lingüísticas, haciendo uso de sus conocimientos de arqueología, antropología, historia y dialectología con aplicación de la glotocronología.

La publicación de sus investigaciones se inicia con Los dialectos quechuas (1964, Revista Los Anales Científicos, Universidad Nacional Agraria, La Molina), estudio pionero donde señala que el quechua se originó en la costa y sierra central del Perú, expandiéndose mucho antes del Imperio Inca. Con este trabajo puede decirse que funda la moderna dialectología quechua.

Posteriormente publica dos libros:

El quechua y la historia social andina (1974, publicado por la Universidad Particular Ricardo Palma, reeditado en 1980 en Cuba y en el 2007 por IPS San Marcos). Libro que, por sus aciertos y conclusiones, marcó un hito importante en el conocimiento del origen, la evolución y expansión de la familia lingüística del quechua a seis países sudamericanos (Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile).

Idiomas de los Andes. Lingüística e Historia (2002, 560 pp.), publicarlo con el auspicio del Instituto Francés de Estudios Andinos y la Editorial Horizonte de Lima. Es el  esfuerzo mayor por su envergadura y propuestas, con argumentos respaldados en una  metodología científica y documental, estudia las lenguas y familias lingüísticas andinas.

Además, en 2005, se publicó otro libro de Alfredo Torero en México, Recogiendo los pasos de José María Arguedas, en la Colección Insumisos Latinoamericanos, relativo a las impresiones y postulados de su amigo José María Arguedas.

Parte de sus artículos publicados en 40 años (1964-2004) han sido compilados por el Dr. Gustavo Solís Fonseca para la edición de un libro con el título de Cuestiones de lingüística e historia andina a propósito del XVII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina y Amazónica que lleva su nombre.

Este multifacético hombre de ciencias dominaba muchos idiomas: español, quechua, aymara, puquina, inglés, francés, alemán, latín, entre otros. Cultivaba la poesía y era un apasionado de nuestra música. Dedicó sus años mozos al periodismo, trabajó durante 11 años para la Agencia France-Press (1954-1965), tanto en Lima como en París. Amaba la vida, lo nuestro. Como también amaba a sus hijos Alfredo y Anita, economista el primero y profesora de idiomas la segunda, producto de su matrimonio con doña Ana Navarro. En los últimos meses tenía el obsesivo anhelo de regresar al Perú, con la idea fija de continuar sus investigaciones en los valles del Huaura al Pativilca –considerada como el área original del protoquechua-, como de otras áreas costeñas, andinas y amazónicas para establecer sus posibles filiaciones y puntos de contacto.

Su plena identificación con los más desposeídos, su convicción por el cambio social, su rechazo a la injusticia y la desigualdad, fue mal interpretada. Injustamente se le vinculó al movimiento Sendero Luminoso por “la confesión”  de un arrepentido. En 1992  optó por refugiarse en Europa, asilándose en Holanda, a consecuencia de las agresiones, persecuciones y atentados contra su vida del régimen pasado, por la defensa de la autonomía universitaria, como de los docentes, alumnos y trabajadores  por su desempeño como Presidente de la Comisión de Derechos Humanos  de su Universidad. 

Con la salud muy quebrantada –a consecuencia de un cáncer terminal- se hallaba en Valencia, España, pugnando por retornar al seno de la Patria, ya que existía en su contra una absurda orden de detención por delito de subversión. Falleció fuera de la patria nativa el 19 de junio de 2004. El 27 de agosto de ese año llegaron sus restos al Perú.

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, tanto en la Casona como en la Ciudad Universitaria, le rindió dos días de homenajes. A los eventos previos y posteriores a su fallecimiento en San Marcos se suma el de la Universidad Federico Villarreal, el de los estudiantes de la especialidad de Lengua y Comunicación de la Facultad de Educación de la universidad huachana. Algo especial se esperaba realizar en Huacho. El Patronato de Defensa del Patrimonio Cultural del Valle del Huaura y Ámbar, producto de sus gestiones, logró que la Municipalidad Provincial de Huaura-Huacho acuerde otorgarle la Medalla Cívica de la Ciudad y la Universidad Nacional José Faustino Sánchez Carrión le conceda el grado de Doctor Honoris Causa postmorten.

En un acto, por demás sencillo, el 18 de setiembre de 2004, sus restos fueron conducidos al Cementerio General de Huacho. Estuvieron presentes los familiares más cercanos (hermanos, esposa e hijos), así como delegaciones representativas del Patronato de Defensa del Patrimonio Cultural del Valle del Huaura y Ámbar, la Asociación Cultural Ínsula-Huacho, docentes y alumnos de la Facultad de Educación de la universidad huachana y amigos íntimos. El único orador que le dio el postrer adiós fue el Dr. Alberto Cabrera Herrera.

Revalorar es positivo. Rescatar a nuestros personajes de ayer, hoy y siempre, -como Alfredo Torero-. Aquilatar su producción intelectual, su reconocimiento por las mayorías, –especialmente la juventud-, permite estimular la continuidad de su trabajo y una buena contribución a forjar nuestra identidad cultural. A este propósito creemos haber contribuido asignándole su nombre al XVII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina y Amazónica, con las consiguientes actividades dedicadas a él.


RETORNO INCONCLUSO

A Alfredo Torero Fernández de Córdova

Reconózcase tu estatura de lámpara
vital y de fuegos permanentes
en los solares de la patria;
que detengan su vuelo las gaviotas;
que acallen las olas su algazara;
que frene la arena su disparada cabellera;
a cuestas un hombre trae su nombre
al litoral de sus primeros pasos;
viene a congregar letras de esperanza
en los calendarios de los jóvenes;
él está aquí entre nosotros
y un estallido incólume de voces
le han salido a su encuentro,
háganle un espacio al árbol
que está pronto a echar raíces.

Alfredo,
heredero de lítica raigambre
en clamores de ojos avizores
y unánimes manos hurgadoras;
con tu oído de caracol terrestre,
con tu palabra de filo meditado
y tu corazón abrumado de amor;
eres humilde estambre en mañanas
de nuevos alumbramientos.

La paternidad de todo lo querido
señaló tus primeros derroteros
y en casa germinó tu latido de pesebre;
la edad del deslumbramiento
ilustró tus primeros balbuceos
en maternales faenas con las letras;
de la mano te llevaron a la estación
donde el amor cobra la dimensión de canto,
erizado canto con sabor a pueblo
con melodías de puquiales y fogones.

El mar de tus riberas
te dio la jerarquía del vuelo,
también altura a tu pensamiento
y claridad a tus juicios soberanos;
amamantó el viento tu sed
por conocer la dinastía de la palabra
hecha de cerámicos pentagramas
y textiles amaneceres.

Tú recogiste el encargo
de los antiguos Apus de la tierra
y te fuiste con tu lumbre de polen
tras el rastro del Quechua, el Aymara,
el Puquina, el Aru y todo signo
que pobló el aire de peruanas latitudes;
te hiciste navío de norte señalado
en busca de étnicos latidos,
de los vestigios sonoros del árbol americano
diluidos en sus ramas y raíces;
- “las voces nunca mueren…
sólo se diluyen”, decías-
y reconstruías las voces el relámpago
en truenos de alegría,
la de las aguas en recodos de ternura,
la del viento en su partitura de ráfaga.

Tú sabiduría te hizo transitar otras ciencias,
utilizar la herramienta justa

para decantar la historia auténtica,
esa historia que tiene la textura de la palabra
en su estatura de pueblo organizado,
de rastro, de ceniza, de piedra, de barro,
de adobe, de pared, de templo soterrado,
- la furtiva Choque-Ispana conocía
de sus tesoneras correrías-
del territorio inaugural
en sus primeros trazados sedentarios.
Los testaferros del odio vieron
- y no se equivocaban-

en tu patriótico quehacer
un nuevo amanecer de flor y de rocío;
decretaron el imperio de las sombras
y a la flor sometieron al martirio
y condenaron el rocío a la sequía.


“Nunca he hecho daño a nadie”, dijiste
y te soltaron los perros de la injuria,
apedrearon tus ojos de luceros,
ultrajaron tus días y tus noches,
robaron tu sonrisa de padre bueno;
quisieron derribarte en tu fe
- saquearte el alma-
pero tenías la fortaleza del huarango.


Te persiguieron con lanzas de agravios,
pero tuviste tiempo para juntar recuerdos;
llevarte a Arguedas en tu memoria,
a Vallejos en libros de vernácula palabra,
a tu San Marcos en tu corazón insojuzgado,
al Perú en todo tus sentidos agredidos
para abrigar los días del destierro,
para pintar las paredes de la soledad,
para escuchar los sonidos de la ausencia,
para reconocer la calidez del nido
a la hora del crepúsculo.


Y te depredando en secreto la angustia,
el desarraigo de tu expoliada geografía;
el retorno cobró la lucidez vital
de la amargura colectiva;
un coro de voces clamó tu regreso
a los apretados límites de la dicha;
mas los deseos se frustraron,
la mortal sordera de vientres subalternos
te condenó a tu muerte anticipada;
el retorno quedó trunco,
la posta quedó en aires de bandera
para sus nuevos herederos,
los nuevos hurgadores de la palabra,
los seguidores de tan claro paradigma.


Nunca más certero un verso de Juan Gonzalo Rose,
“…Morir en el exilio, eso es morirse”;
morir con los laureles de Alfredo, no es morir,
es vivir en la mirada de los niños,
en sus cuadernos, en sus buenos días
que moran la vigorosa estación de la esperanza.


Huacho, noviembre de 2006

Autor: Augusto Escalante Apaéstegui



Alfredo Torero Fernández de Córdova


n. Huacho, Perú, 10 de septiembre 1930
m. Valencia, España, 19 de junio 2004

Recuerdos


Yo pensé que Alfredo iba a morirse rápidamente en el exilio, consumido por la nostalgia debido a su profundo arraigo al Perú y especialmente al Perú quechuahablante. Si se hubiera quedado en nuestra patria habría muerto masacrado en la prisión como les sucedió a tantos otros compatriotas. Felizmente, para el pueblo quechua, no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. Alfredo se sobrepuso y dejó una obra para reivindicar un legado ancestral. No he dicho felizmente para él porque Alfredo, hombre de principios, sabía arriesgar su vida por un ideal.

Lo ayudó a sobrevivir la esperanza de retornar a la patria y su instinto de investigador. Una de las glorias del profesorado sanmarquino a quien Arguedas consideraba con autoridad para corregirle sus traducciones del quechua, continuó investigando en el exilio a partir de 1992.

Anidé nueve años el deseo de visitar a Alfredo. Hasta que un suceso inusitado me condujo a Lovaina y aproveché para ir a su encuentro en Ámsterdam. Me recibió en la estación del tren con su sonrisa de siempre, entre dulce y tímida con la permanente esperanza de retornar al país y la satisfacción de haber concluido de redactar un libro. Lo observé con un ligero aumento de peso (lo cual era positivo en él).

Se había resistido a aprender el idioma holandés –y con ello obtener algunos privilegios- porque eso le hubiera significado, según sus palabras, enraizarse en Holanda y perder las esperanzas de retornar a su querido Perú. Sin embargo, a nuestro eminente lingüista que ostentó los más altos grados académicos y que dictó cátedra e investigó en las principales universidades europeas, le esperaba una lóbrega prisión si hubiera retornado a su patria. Y esa espada de Damocles se mantuvo afilada aunque el régimen sanguinario y corrupto de Fujimori hubiera sido cambiado por el del presidente Toledo. ¡Qué tal paradoja! Por decir lo menos.

El gobierno holandés, prevenidamente, le había proporcionado un bastón de ciego porque su visión estaba limitada. A pesar de ello Alfredo me esperó en la estación del tren de Ámsterdam sin el bastón. Y, ya en su casa, noté que usaba computadora. (¡Ese Alfredo, no se rezagaba !) Me dijo que la limitación de la visión era una secuela de la presión ocular y del tiempo que estuvo vendado en la Dirección contra el terrorismo en Lima (DIRCOTE).

Aun en condiciones adversas permanecía inquebrantable, enhiesto a sus 71 años. Se mantenía actualizado con lo que sucedía en nuestra patria. Todo un día con su noche conversamos, sinópticamente, de todo; hasta de asuntos personales, íntimos. (Sus amigos sabemos que era un insomne consumado). Dispuse únicamente de un día para visitarlo por razones ajenas a mi voluntad. Al despedirse nos tomamos unas fotos y me dijo en broma que le avisara como estaba la situación en el Perú; porque si no era favorable a su retorno le haría “ojitos” a su vecina, una simpática holandesa que vivía sola. También me encargó que viera el estado del juicio que le había abierto el Estado.

Alfredo era un ejemplo paradigmático de resiliencia. Tenía un gran poder de recuperación y superaba las limitaciones. El ejemplo a la mano: los nueve años en el exilio que ya llevaba en el 2001 cuando nos reunimos por última vez. No se arredraba ante las empresas difíciles. Todo lo que logró le costó un gran esfuerzo.

Cuando los jóvenes con aspiraciones profesionales postergaban la edad para el matrimonio, él se casó, tan igual como lo hacía entonces un obrero o un joven de mi barrio, la Unidad Vecinal Nº 3. Estudiando Derecho en San Marcos enamoró a Anita Navarro y se casaron. Asistían a la universidad llevando a su hijo (En la universidad no había guardería infantil, como tampoco lo hay ahora.).

Luego de concluir sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1950-1956) partió a París sin beca, con su esposa, Anita Navarro, y dos hijos pequeños. Trabajó en la Agencia France-Press de 1961 a 1965. Antes lo había hecho en Lima. En Paris tuvo como compañero de labores a nuestro máximo cuentista: Julio Ramón Ribeyro. Simultáneamente estudió una Licenciatura de Letras en la Universidad de París (Sorbona) de 1960 a 1963 y el Doctorado en Lingüística, en la misma universidad de 1963 a 1965. El enorme esfuerzo desplegado le produjo un surmenage. Sin embargo, obtuvo el título de Doctor en Lingüística en 1965, con la tesis: Le puquina, la troisième langue générale du Pérou bajo la dirección de André Martinet (grado convalidado en el Perú por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos).

En 1964 aparece su primer artículo "Los dialectos quechuas", en la revista Anales Científicos de la Universidad Agraria. Como lo ha dicho el mismo Alfredo: condensaba ya en él unos veinte años de investigación. Ahí aparece el primer mapa lingüístico del Perú. Ese artículo, realmente, sorprendió. Es un artículo subversivo. Dejemos que el mismo autor nos lo diga: Como en la época se tenía al quechua como el idioma extendido por los incas desde el Cuzco y al habla cuzqueña como la única 'pura'; y, en las conclusiones de mi artículo se sostenía, en cambio, que el quechua se había originado en la costa central, en torno a Lima, y que el habla cuzqueña era un dialecto tan 'puro' como el ancashino o el huanca, o cualquier otro.

(Algunas veces los grandes descubrimientos o los aportes al conocimiento no aparecen bajo el formato de un libro. Basta un artículo, como lo hizo Alfredo. O un simple folleto, como el del médico rural inglés Edouardo Jenner con el que trasmitió su trascendental descubrimiento, hace ya más de doscientos cincuenta años: la vacuna contra la viruela).

Concluidos sus estudios en París, retorna a Lima y se incorpora a la actividad docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos 1965-1992. Y en la Universidad Nacional Agraria La Molina, 1965-1972. Fue un profesor carismático, con influencia en el alumnado. Frecuentemente estaba rodeado de alumnos que luego devenían en amigos que frecuentaban su casa. Recuerdo a Angélica Aranguren de San Marcos; de la universidad agraria La Molina a Francisco Bazo, Nelson Manrique, Fano, Susana Uzátegui, Darío Alejandro Benavides Loayza y Alberto Gálvez Olaechea. Pancho Bazo estuvo requisitoriado un tiempo, Susana partió a Santiago de Chile al asumir el gobierno Salvador Allende, luego del sangriento golpe militar del general Pinochet se enrumbó hacia Nicaragua; Darío fue a Buenos Aires para integrarse a la guerrilla urbana que luchaba contra la sangrienta dictadura de Videla y murió en acción de armas; Beto Gálvez se integró muy joven al MRTA y ahora lleva en prisión 23 años. Nelson Manrique es un sociólogo de renombre. Otra joven a quien Alfredo le tenía mucho cariño y le dispensaba un trato paternal fue Cecilia Oviedo, quien fue empleada del Ministerio de Comercio y Secretaria General de la Confederación Intersectorial de Trabajadores Estatales (CITE) por los años 1982-1983; poco después, tuvo que verse forzada a exilarse en México. Bueno, hasta ahí las relaciones de Alfredo con los jóvenes.

Uno de sus aportes como lingüista fue la recuperación de idiomas andinos desaparecidos; y haciendo uso de sus conocimientos se divertía haciendo algunas tretas como si fuera un geniecillo travieso del bosque. Así develó el origen nativo de determinados personajes cuyos apellidos: Llontop, Kapsoli, etc.; no eran del pretendido ancestro europeo. Otro de sus aportes fue historiar el quechua, clasificar los dialectos y localizarlos geográficamente; por tal motivo, sus conocimientos de los idiomas de los Andes le permitían “adivinar” de qué pueblo de la Sierra eran originarios los migrantes en Lima cuando los escuchaba hablar en quechua. Se sorprendían de tal manera que lo creían “brujo”.

No sólo conocía idiomas extintos precolombinos y la historia del quechua; sino, también la historia del español. En ese sentido, era una autoridad para opinar sobre la correcta escritura de la palabra “Cuzco” que suscita encendidos debates, como también ocurre con la escritura de “Méjico”. Para Alfredo, la capital del Tahuantinsuyo se debe escribir con z, según me lo manifestó en una conversación coloquial. Si su opinión la hubiera hecho pública, habría ocasionado escozor en los cuzqueños antihispanistas a ultranza.

Alfredo ameritaba, por sus contribuciones en Congresos y publicaciones en nuestro país y en Europa, un sillón en la Academia Peruana de la Lengua; aunque yo creo que a él no le interesaba tal cosa, como no le interesó adquirir algún bien patrimonial; solo fue propietario de un viejo Volkswagen. Tampoco le interesó hacer carrera académica. Llegó a vicerrector por circunstancias fortuitas.

De sus publicaciones referentes al quechua destaco el libro que apareció en primera edición en 1974 en Lima y la segunda en 1980 en La Habana: El Quechua y la Historia Social Andina. Ambas ediciones agotadas. (En el 2007 salió en Lima una nueva edición). El libro se divide en dos partes. La primera es para lingüistas y en ella emplea la jerga y la simbología propia de especialistas (por lo tanto, yo quedé fuera de juego). Y la segunda es una sabrosa crónica explicativa de los procesos sociales en donde se combina la etnohistoria, la arqueología y la geografía. Está accesible a cualquier profano. (Debemos aprender el método de exposición alfrediano). Para la referida obra se valió de su conocimiento multidisciplinario, unificado por el enfoque marxista. (A esta modalidad epistemológica, Alfredo la llamaba pensamiento sanmarquino). Y pensando como sanmarquino, según sus palabras, escribió su voluminoso libro: Idiomas de los Andes Lingüística e Historia. (1ra. edición2002; 2da. edición 2005)

En los conocimientos de arqueología lo inició su padre; quien había sido un gran aficionado a la arqueología y había caminado desde Barranca hasta Huaral haciendo exploraciones Caral era conocido como Chupacigarro. (Alfredo supone que en ese asentamiento hacían ofrendas, de ahí su nombre).

Alfredo era un maestro de estilo peripatético, caminando o paseando, irradiaban conocimientos a sus alumnos y amigos. De esta manera, lo hemos disfrutado. Al respecto, recuerdo que una vez invitó únicamente a Cecilia, mi esposa en ese entonces, y a mí, a pasar la noche de Año Nuevo en la casa de la arqueóloga sanmarquina Ruth Shady, que en esa época era su pareja. Luego de los abrazos y del brindis con un licor de jengibre (kion) que elaboraba su hermano Domingo, y cuando Ruth y Cecilia se recostaron en los muebles para dormir, salimos los dos a caminar al parque del frente y amanecimos “conversando”; mejor dicho, yo solamente escuchaba y de vez en cuando lanzaba una pregunta.

Su actitud de investigador afloraba en cualquier momento. Así ocurrió cuando le dije que viajaba a Catacaos debido al fallecimiento del papá de mi amigo y extraordinario ceramista José Luis Yamunaqué, me encargó que anotara todos los nombres nativos que figuraban en el cementerio de Catacaos para entregarle la lista al retornar a Lima.

Una vez le dije en broma: ya sé la clave explicativa de tu gusto por la universidad y de que aún no te retires, pues he observado que cuando te encuentras rodeado de alumnas, el azul de tus ojos se intensifica. A pesar que Alfredo respondía al estereotipo del sabio distraído, su relación con las mujeres ha ocupado un lugar importante en su vida. Si bien, algunas mujeres le han causado desasosiego, en cambio, otras han sido sus ocasionales hadas madrinas, lo han salvado de situaciones difíciles o le han dado apoyo emocional para sobrellevar los sinsabores de la vida. Alfredo consideraba la amistad como un alto valor supremo y ha dado muestras de ello.

Cuando anteriormente he dicho que era distraído me refería específicamente a la dificultad que tenía para ubicarse en el espacio urbano. Perdía la noción del lugar en donde se encontraba abstraído en los planteamientos que continuamente proyectaba. Una vez al salir de un supermercado, luego de hacer compras, no recordaba donde había dejado estacionado su carro, creyó que se lo habían robado. “Apareció” el auto luego de medio día de búsqueda. Sin embargo, para otras cosas era “mosca”, como dicen ahora los muchachos.

La participación de Alfredo en los movimientos sociales data desde su época de alumno secundario. Fue cuando estudiaba becado e interno en el colegio Nacional Nuestra. Señora de Guadalupe. Ahí participó en una huelga estudiantil que se transformó en una protesta política. Ya de profesor en la Universidad Agraria La Molina se adscribió a una protesta estudiantil por reformar la universidad y mejorar las condiciones de vida de los obreros de la universidad ya que vivían inhumanamente y los animales como humanos opulentos. La movilización fue reprimida violentamente; la policía violó la autonomía universitaria y, consecuentemente, Alfredo pasó un corto período en prisión en 1972. Lo fui a visitar. En la cárcel era uno de los presos más respetados por los delincuentes. Y no lo era por ser catedrático universitario -aspecto que ignoraban-, sino porque en el verano los presos permanecían con el torso desnudo y Alfredo en la barriga ostentaba las cicatrices de numerosos cortes. No hacía mucho tiempo que lo habían operado de urgencia y le habían reducido el estómago por una peritonitis que se le presentó. Los presos creían que era un delincuente “ranqueado”. La universidad Agraria perdió su contenido humanista; el curso Movimientos campesinos en el Perú, que dictaba, por iniciativa de los alumnos, fue suprimido; lo mismo que la facultad de ciencias sociales, hasta el local fue arrasado.

Alfredo fue crítico del Instituto Lingüístico de Verano, entidad evangelizadora yanqui, asentada en la selva y expulsada por el Gobierno de las FF.AA. presidido por el General Velasco. (Con el cambio de gobierno, fue restablecida). También el ILV se interesó por el quechua. Es que la lengua puede convertirse en vehículo de penetración ideológica, de desintegración social, si poderes externos, como el imperialismo yanqui, la vuelven contra el propio pueblo que la habla. Debe recordarse que con la misma finalidad se creó una cátedra de quechua en la universidad de San Marcos en la época colonial con el objetivo de extirpar las llamadas “idolatrías” y suplantarlas por el catolicismo. Sin embargo, el quechua también tiene otra finalidad, como la tuvo para Alfredo:

Mi interés por el estudio del quechua estuvo enteramente ligado a la preocupación por el cambio social y político en mi país. Para participar en tal cambio, tenía que empezar por comprender al Perú en su diversidad y complejidad; y hacia allí estuvieron dirigidos mis empeños desde mi primera juventud. Por ello, no me limité a hurgar en las lecturas y la realidad solamente lo relativo al quechua y a otras lenguas nativas, sino a tratar de entender la tan varia geografía, la historia de milenios, el hervor de culturas y las agudas tensiones sociales que hacen del Perú países mil. (*)

Cuando fue Vicerrector administrativo de la Universidad de San Marcos (1985-1990) lo invité a mi casa en la Unidad Vecinal No. 3; también había invitado a Miguel Gutiérrez, novelista, y a Fernando Lecaros, sociólogo, historiador y editor. Eran mis amigos más cercanos, pues don Emilio Choy ya había fallecido (1978). Pasado el tiempo, Fernando me dijo: felizmente, yo he sido el único –de aquella reunión amical- que no ha pasado por la Dirección contra el terrorismo (DIRCOTE). Debe recordarse que siendo vicerrector, Alfredo formó una comisión para que asistiera a los alumnos sanmarquinos en prisión con alimentos, medicinas y defensa jurídica.

Al ser capturado por la DIRCOTE los amigos más cercanos de Alfredo nos apersonamos a la Av. España para averiguar sobre su situación y prestarle nuestros servicios. Igualmente, cuando estuvo en una habitación de la clínica Maison Sante bajo vigilancia policial. Nos contó que cuando rescató su carro intentaron asesinarlo, pues le dispararon desde un puente de la Vía expresa y a su auto le habían sacado algunas turcas del aro. Poco después partió al exilio en 1992.

Recuerdo que cuando mis hijos estaban pequeños Alfredo frecuentaba mi casa y medio en broma y medio en serio decía que mi casa se parecía al arca de Noé y a las clases en San Marcos porque mis pequeños hijos estaban presentes alterando el orden e interrumpiendo las conversaciones y no solo eso sino también hasta opinaban de manera diversa sin ningún reparo y sin el control de Lourdes, en ese tiempo mi esposa. Cuando pasó el tiempo la amistad conmigo se hizo extensiva a mis hijos. Tal es así que una de mis hijas fue a visitarlo en Ámsterdam cuando hizo una gira en un electo de baile. Luego se estableció en Paris cuando se casó con un francés. Alfredo al pasar por París se alojaba en casa de mi hija.

Existe un lingüista peruano, patrocinado por institutos norteamericanos, que se convirtió en el Salieri de Alfredo. (No sólo Mozart tuvo su Salieri). Cuando estuvo en una situación delicada, vulnerable, escribió un artículo en la revista Andina del Cuzco contra Alfredo. En cambio, Henrique Urbano, el director de la revista, publicó un artículo haciendo un balance del contenido de las investigaciones en ciencias sociales y, con calificativos extremistas, poco usual para nuestro medio, no dejó títere con cabeza a excepción de Alfredo fue respetado y esta vez, por sus reconocidos méritos de investigador.

Alfredo pertenece a la estirpe de artistas, intelectuales y científicos que han hecho aportes a la humanidad y que a la vez han sido reprimidos por su sensibilidad social y temperamento. Es el caso de nuestros paisanos Mariátegui y Vallejo y de los europeos: Rudolf Virchow, (1821-1902), patólogo, arqueólogo, antropólogo y epidemiólogo alemán, fundador de la patología celular. Autor de un informe clásico de la Salud Pública sobre la epidemia de tifus de 1848 en Silesia Alta, Prusia. El físico francés Paul Langevin que desarrolló en 1905 una teoría sobre la variación con la temperatura de las propiedades magnéticas de las sustancias paramagnéticas basada en la estructura atómica de la materia. (Por si fuera poco, Paul le hizo sacar los pies del plato a la primera mujer que recibió el Nobel). Norman Bethune, el médico canadiense que efectuó la primera transfusión de sangre fuera de la clínica, en el campo de batalla durante la guerra civil española y murió en China militando en la guerrilla maoista.

Cuando Alfredo partió al exilio ya tenía un reconocimiento académico internacional. Por tal motivo, fue acogido como docente e investigador invitado de las universidades de Valladolid, Valencia y Salamanca, del Instituto Cervantes, Alcalá de Henares-Madrid, España. Netherlands Institute for Advanced Study (NIAS), Wassemaar. Holanda. Universidad de Bonn, Alemania. Universidad de Leiden, Holanda. Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), Francia. Universidad de Paris V (René Descartes). Y otras...

Poco antes que partiera de Ámsterdam hacia Valencia donde eligió morir y tenía amigos, sostuvimos una conversación telefónica de cerca de una hora, habló de muchas cosas, pero menos de su enfermedad; no expresó ningún asomo de queja.. Al final, me dijo: me siento algo fatigado, me despido un abrazo Antonito. Hasta para morir supo tener dignidad.

Cuando fueron traídas sus cenizas a Lima de paso hacia Huacho, su tierra natal, se le rindió un homenaje en San Marcos debido a la gestión del historiador Pablo Macera. Asistieron las dos Anitas, es decir, su esposa y su hija. Finalizada la ceremonia invité a su hermano Domingo a la cafetería. Estaba emocionado y quería hacer mi catarsis, Domingo era la persona más adecuada para tal fin. Le solté las aguas represadas de mis recuerdos con plena franqueza. En uno de los pasajes acotó: Alfredo se enamoraba hasta de la mariposita que pasaba delante de él. Este acotamiento cariñoso y elegante de su hermano no vaya a conducir a equívocos puesto que el amor de su vida fue un Perú integral con pendón socialista.

Antonio Rengifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com

Reescrito: 12/07/2011

(*)“Testimonio y lectura sobre José María Arguedas". Conferencia magistral de Alfredo Torero en el Coloquio "José María Arguedas de Antropología y Literatura”. México,1999